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La intimidad del mundo

Por Sol Dellepiane A, Revista D&D, Buenos Aires

Que agradable sensación la de ser recibidos por un anfitrión o anfitriona con aptitudes naturales para ese rol: no habrá detalle librado al azar, más que la impredecible química (o su carencia) entre personas que se encuentran por primera vez. Si esas habilidades están exacerbadas por una deformación personal (en este caso, de la maternidad), traducida en la cálida y sistemática sobreprotección de los convidados; si se las despliega en un entorno que es una sinfonía para los sentidos; y si a las mentadas condiciones la dueña de casa suma otros dotes como la introspección inteligente, la risa fácil y una capacidad reflexiva despojada de cualquier parafernalia retórica, se está ante una entrevista que promete algo más que amabilidad. Bienvenidos al mundo de Antonia Guzmán. 

“En la historia del arte hay velas que alumbran siempre, 

y fuegos artificiales.

Solo el tiempo determina qué es cada uno”. A.G.

Vida y obra I. Torbellinos

A Antonia siempre le gustó pintar. Pero en su casa los pinceles eran parte del paisaje doméstico; la pintura, una manualidad más; y los títulos universitarios, una instancia obligatoria “¡Qué difícil es para ciertas familias, aun intelectuales, aceptar al personaje artista!”, y la reflexión arranca un suspiro. La sugerencia, entonces, fue la clásica: «¿por qué no estudiás arquitectura?”.

Ella, apariencia menuda, firmemente resuelta a llevar el timón de su vida, desoyó la propuesta y se anotó en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. Haber estudiado en ese lugar en la época en que lo hizo, la convierte en una sobreviviente: la suya fue una camada diezmada por el horror. Pero ésa es otra historia. 

No fue lo único en que la fortuna estuvo de su lado. Aunque desconcertados con la vocación de Antonia, ante lo irreversible de su decisión sus padres tuvieron el venerable gesto de abrirle cuenta corriente en una librería artística. “¡Lo bueno es que no me la cortaron cuando me casé!”, comenta risueña. Es que todo se dio muy rápido y antes de cumplir 24 años, Antonia se había casado, recibido, y tenía tres hijos varones. El paso del tiempo no matiza las imágenes y sensaciones de torbellino frenético que genera la evocación de esa etapa. Lo que cambia, seguramente, es que sí viviéndola se la percibía como eterna, se la recuerda desde la conciencia de que fue un ciclo cumplido. 

“Hay un bache de como cinco o seis años en mi currículum… ¡los chicos! Fue una época enloquecedora”, afirma Antonia, de nuevo sonriendo. Pero el “bache” profesional es muy relativo; no habrá expuesto ni invertido tiempo en relaciones públicas, pero pintar fue una tarea ininterrumpida a lo largo de toda su vida, incluido ese período, y quien la visitara entonces en la quinta de sus suegros donde vivía, tendría que sortear niñitos gateadores, juguetes, pomos y lienzos antes de llegar a ella, impertérrita ante su atril en medio del living cual cronista de batalla campal. 

Eran tiempos difíciles para la economía del hogar. Un día llegó la gran oportunidad de capitalizar los esfuerzos. Y Antonia, pura energía, puro vuelo y espíritu aventurero a pesar de las poderosas razones que la imantaban hacia una vida más convencional, se subió al tren… o al avión. Su hermana, que trabajaba como arquitecta en Bélgica, le mandó un pasaje para que probara suerte en Europa. “Así, con ese pasaje, todas mis acuarelas en la valija y 50 dólares en el bolsillo, partí a Ezeiza. Al llegar, mi hermana había organizado todo para que mostrara las obras con el estudio donde trabajaba. Vendí todo. Con lo que gané me fui a recorrer varias ciudades: Me acuerdo de estar en un hotel horrible en París, sola, llorando toda la noche. Nunca paré de caminar. Fui a todos los museos, contacté galerías —como ya lo había hecho en Bruselas— así se fue armando el circuito”.

Más tarde llegarían nuevas ocasiones de probar su temple: Antonia pasaría todas las pruebas. Una de las instancias que menciona como definitorias en su obra, fue la experiencia como artista a bordo del Eugenio C, un crucero de lujo que navegaba el Atlántico y el Mar Caribe, en una travesía de cuarenta y cinco días. “A la noche, antes de la comida, la gente a la que le gustaba el arte venía a charlar conmigo; yo por supuesto llevaba mi obra. Esa era toda mi función”. Mucho más que el dinero que pueda haber ganado con la venta de cuadros a los turistas, Antonia aprecia las lecciones que le dieron “la luz y los colores del Caribe”, que “sé quedaron conmigo para siempre”. El relato de este capítulo trotamundos incluye el agradecimiento a su marido, el abogado Adolfo Llorente, que apostando a su talento no vaciló en quedarse al cuidado de casa e hijos como en el viaje que inició la serie, y en todos los que siguieron. 

La otra gran escuela no formal fue la tarea como docente de plástica de chicos hipoacúsicos y con problemas neurológicos, algo que Antonia encaró a poco de egresada de la Pueyrredón. «Los motivaba y después observaba. Fue abrir un mundo de libertad y la posibilidad de sacarme la academia de encima”, asegura.

“Siempre necesité espacios propios, lugares, silencios. Y siempre que huí, fue en la misma dirección: el arte”. A.G.

Vida y obra II. El código

Guzmán dio el salto de su nido al planisferio a comienzos de los ‘80. Entablar relación con marchands de Europa y Estados Unidos le abrió las puertas del mercado global. Los viajes se hicieron corrientes, hasta que en los últimos tiempos podría decirse que pasaron a vertebrar su agenda. Bilbao, Miami, Denver, Puerto Banus, Berlín, Amberes, Washington, Londres, por citar solo algunas ciudades donde ha expuesto su obra, sazonan su pasaporte y la página curricular de sus bellos catálogos. La entrevista con D&D arte se realiza mientras ultima detalles para una exposición individual en Los Ángeles. A continuación, viajará a Atlanta invitada a participar de un homenaje a Picasso. Y eso es solo para los primeros meses del año.

A lo largo de décadas de trabajo silencioso y solitario, la artista ha sabido forjar una lengua propia. Un lenguaje pictórico que surge de la combinación infinita de una serie finita de signos y que resulta tan vasto como un universo y tan íntimo como un código secreto.

El repertorio de signos incluye varias categorías: figuras geométricas, con predominio de las líneas rectas; unidades gráficas que oscilan entre el ideograma y cierta morfología humanoide; un puñado de reminiscencias discretas de una figuración condensada en símbolos: la escalera, un sol, una ola, un obelisco, la vela de un barco; y el color en sus ilimitadas posibilidades, potente bastidor que sostiene invariablemente la composición.

En uno de esos milagros que el arte opera con la naturalidad más absoluta ,estos planos de rectángulos, triangulitos y semitonos del rojo o del anaranjado o del azul caribeño, traducen estados extremos del alma. Hay cuadrados que son el resguardo precario o definitivo de esos barriletes estilizados que, en el policromático mundo Guzmán, nos representan como especie (porque en esta lengua de síntesis y reiteraciones, un barrilete es un hombre y ese hombre es todos los hombres). Entonces reflexiones sobre la inclusión y la exclusión, el desamparo y la nostalgia, la plenitud y la carencia, por ejemplo, se organizan en un rompecabezas cuya ingenuidad es solo aparente. Y el mundo íntimo adquiere carácter universal.

Mujeres en el arte

En el país, Antonia se maneja con dos galeristas: Nora Quarrato, de Palatina y Niko Gulland. “Veo una fuerte presencia de mujeres en el mercado del arte. No sé si es sensibilidad, si es que saben captar al artista, contenerlo y retenerlo… no lo tengo claro. Lo cierto es que uno busca galeristas decentes, permeables y sensibles a su obra. Yo soy amiga personal de todas mis galeristas y no puedo confiarle mis trabajos a quien no está afectivamente relacionado conmigo”. A.G.

Los títulos de las obras son hilos de Ariadna. “Hay un momento en que la obra lo grita”, explica la artista, y completa: “Creo que sirven, porque el público ve la obra desde lejos. Acercarse y leer el título lo obliga a una segunda lectura, ya con una pista para el laberinto, “Te llevo a otra parte”, “El día que te fuiste”, “Estar llegando”, “El que busca escaleras” o “Tres casas traigo”, todos nombres de obras más o menos recientes, son buenos patrones de la literalidad de estas pistas y también dan cuenta del tipo de cuestiones de las que la pintora se viene ocupando. ¿Abstracción o figuración? Ambas: «Me muevo con un pié en cada orilla”, aduce complacida de no tener que renunciar a ninguna. 

“En general, una obra de la exposición que estoy haciendo en el momento me lleva a la siguiente”. Así, en espiral, Guzmán ha ido abordando tópicos como las invasiones y mudanzas, la espera, las partidas y llegadas o las penurias del desarraigo, al tiempo que ha ido procesando situaciones que la han atravesado conciente o inconcientemente como sujeto, desde la inmigración emprendida por su abuelo hasta la partida de sus hijos a sus propias moradas. 

Los medios han sido el acrílico sobre tela y la acuarela sobre fino papel artesanal. “A las acuarelas las trabajo de a diez al mismo tiempo y las voy rotando. Cada una es un problema diferente. Pero no soy muy intelectual. La mano me lleva. Yo creo que la mano piensa”, concluye Antonia con esa frescura que en ella es un valor. Su rutina es férrea: “Trabajo como disciplina todos los días de mi vida, incluso fines de semana y vacaciones”. Su voluntad ha sido compensada con un amplio reconocimiento del valor estético de su obra. 

Vida y obra III. La casa de la laguna

Quedamos solo dos. 

Y así, tan liviana, la casa se elevó. Lento viaje a otro lugar

A veces, Antonia escribe. Casi siempre, invirtiendo la convención, ilustra los catálogos de sus muestras con textos de su autoría. Llanas, casi minimalistas, son intervenciones imperdibles, como los versos recién citados —parte del breve cuento que acompaña a las imágenes de “Invasiones y Mudanzas”, una exposición del 2004—.

Poesía, sutileza, resignación y una feminisima resignificación positiva de la pérdida se dejan leer en este micro relato y en particular en el fragmento elegido. La casa que Antonia y su marido habitan en un barrio suburbano es el lugar real al que llevó el lento viaje aludido. 

La pensó el matrimonio junto a Rodrigo Bustamante, un arquitecto que “supo captar muy bien lo que queríamos: una casa sobria por fuera pero con espacios importantes por dentro, donde todo quedara en el interior y el fondo”. La orientaron hacia el jardín posterior, dominado por la presencia de una laguna que fue determinante en la elección del barrio. “¡Teníamos que encontrar un cebo para que los chicos quisieran volver a visitarnos!”, confiesa Antonia. 

Sólida. de líneas puras y materiales nobles, pensada como caja neutra que albergara obra de artistas amigos, objetos que delatan el amor por lo artesanal, recuerdos de viajes (sobre todo a través del Norte argentino), libros y otros rasgos de genuina domesticidad, la casa ofrece una planta completamente adecuada a la realidad actual de sus ocupantes: gratos espacios sociales, zonas de intimidad, una cocina digna de gourmands, un enorme y ordenadísimo taller, comodidades para chicos en sus migraciones de fin de semana (el señuelo ha resultado efectivo) y un área exterior con muelle incluido, donde el tiempo sin duda transcurre en un compás alternativo al del reloj urbano. 

…………………….

 Atardece y los matices del agua de la laguna iluminada por el sol inspiran una paleta de verdes amarronados. Para las visitas, es hora de la retirada. Para Antonia, feliz en su microcosmos de naturaleza y vida interior, la jornada acaba de comenzar. 

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